La expulsión de los ingleses de Menorca (primavera de 1756).
El 14 de septiembre de 1708 -en plena Guerra de Sucesión
española- una escuadra angloholandesa, mandada por el almirante sir John
Leake, bombardeó los fuertes de Menorca y desembarcó las tropas del general
James Stanhope, que en menos de nueve días ocuparon totalmente la isla. Por
el Tratado de Utrech, de 1713, Menorca fue cedida a Inglaterra, aunque
España nunca renunció a recuperarla. Ulteriormente, en 1756, en el curso de
la Guerra de los Siete Años, la flota francesa del almirante Glassionaire
derrotó a la del inglés sir John Byng y las fuerzas de desembarco del duque
de Richelieu conquistaron para Francia la isla balear.
Aquella victoria francesa tuvo consecuencias trágicas y gastronómicas. La
Royal Navy hizo responsable al almirante Bing de la derrota y, tras su
sumario consejo de guerra, fue fusilado a bordo de su navío, ejecución que
sigue siendo uno de los casos más polémicos de la Historia de Inglaterra.
Más amable es el asunto gastronómico: se acepta casi universalmente que un
cocinero del duque de Richelieu inventó una de las salsas más conocidas, la
mahonesa o mayonesa, para conmemorar aquel triunfo.
Menorca volvió a cambiar de manos enseguida: por la Paz de París, que puso
fin a la Guerra de los Siete Años, la isla fue devuelta a Inglaterra en
1763. Mas en agosto de 1781, en la renovada guerra de España y Francia,
unidas contra Inglaterra, una escuadra franco-española, mandada por el duque
de Crillon y llevando a sus órdenes al conde de O'Reilly y al general
Buenaventura Moreno, jefes de las fuerzas españolas de Mar y Tierra
respectivamente, atacó Menorca. El general James Murria -que, sin duda
recordaba el trágico final del almirante Byng- ofreció una valerosa
resistencia, pero tuvo que capitular, finalmente, el 5 de febrero de 1782, y
la isla fue eventualmente recuperada por España.
El funesto Tratado de San Ildefonso, de 1796, unió la suerte de España a
Napoleón contra Inglaterra y, dada la importancia estratégica de la isla de
Menorca para los ingleses, el 7 de noviembre de 1798, las fuerzas del
general Sir Charles Stuart desembarcaron en la zona de Adaya y en diez días
derrotaron a la escasa y desmoralizada guarnición española, comandada por el
brigadier Juan Nepomuceno Quesada. En barcos ingleses fueron transportados a
la Península 3.528 soldados, 153 oficiales y los 600 infantes suizos -hechos
prisioneros por los austriacos en contiendas anteriores y vendidos a España
"a dos dólares por cabeza"- optaron por pasarse a los ingleses y formar
parte de las fuerzas de ocupación.
Sir Charles Stuart ingresó con todos los honores en la Orden Militar del
Baño y fue nombrado gobernador de Menorca. Pero, por motivos de salud, a
mediados de 1799, regresó a Inglaterra. Su sucesor en la gobernación de la
isla, el general St. Clair Erskine, mostró un gran interés en reforzar las
defensas y, por ello, solicitó al almirante Horatio Nelson -reciente
vencedor de los franceses en Abukir- que, con parte de sus navíos, se
desplazara desde Sicilia a Menorca. Solicitud que Nelson satisfizo, enviando
al contraalmirante Sir Thomas Duckworth con seis navíos de línea. Según las
malas lenguas, Nelson no quiso trasladarse a Menorca con toda la flota para
no alejarse de su amante, Lady Hamilton.
Finalmente, sin poder alegar más excusas, Nelson, a bordo del Toudroyant, un
navío apresado a los franceses, arribó a Mahón el 12 de octubre de 1799. El
Almirantazgo había dado instrucciones a Nelson para que reuniera en ese
puerto una flota adecuada para batir a una poderosa escuadra francesa, que
se hallaba frente a Finisterre. Pero días más tarde, se supo que la supuesta
escuadra francesa no eran sino barcos españoles refugiados en Ferrol, por lo
que la operación fue cancelada.
En Menorca, Nelson pidió a Erskine que le cediera 2.000 hombres para
colaborar en la expulsión de los franceses de la isla de Malta, solicitud
que el general inglés rechazó rotundamente y, en vista de ello, el
malhumorado gran almirante preparó su urgente regreso a Palermo. Pero una
fuerte tormenta, con huracanados vientos del noroeste, le retuvo hasta el 18
de octubre. Durante aquellos seis días, Nelson se alojó en la casa predial
de San Antonio, también conocida como Golden Farm o Quinta de Oro -hoy día
inevitable atracción turística de Menorca- y, según cuentan las crónicas, se
dedicó a poner al día su correspondencia y a resolver asuntos pendientes,
como el consejo de guerra del día 15 contra un marinero acusado de robo, que
fue condenado a muerte y ahorcado en la arboladura de su navío. El día 18 de
octubre partió hacia Palermo. Cuatro meses después, el 18 de febrero de
1800, Nelson colaboró con el almirante Keith en la victoria sobre la flota
francesa en Malta y pronto llegarían sus días de gloria y muerte en
Copenhague, Tolón y Trafalgar. Respecto a su estancia en Menorca, por más
que la romántica tradición quiera imponerlo, es falso que le acompañara su
amante, Lady Hamilton.
El último gobernador inglés de Menorca fue el general Henry Fox, quien tras
ser nombrado comandante supremo de las fuerzas inglesas en el Mediterráneo,
trasladó su cuartel a la isla de Malta, libre ya de franceses. Entre tanto,
los países participantes en la Segunda Coalición contra Napoleón -Gran
Bretaña, Rusia, Turquía, Austria, Portugal y Las Dos Sicilias- proseguían
con desigual fortuna la guerra.
Los triunfos de Nelson en Abukir; de Sir Sydney Smith en Acre y de Sir Ralph
Abercomby en Alejandría forzaron a los franceses a evacuar Egipto. Pero las
grandes victorias napoleónicas de Marengo (14-6-1800) y sobre todo la de
Hohenliden, en Baviera (2-12-1800), obligó a Austria a firmar la Paz de
Luneville en febrero de 1801, paz que prácticamente deshizo la Coalición y
dejó sola a Inglaterra contra Francia.
Tras casi diez años de continuada guerra, tanto Francia como Inglaterra
necesitaban la paz. Ambas potencias estaban cansadas y tenían graves
problemas políticos y económicos que resolver. En Inglaterra, debido a una
serie de malas cosechas, reinaba un gran descontento y el agresivo primer
ministro William Pitt, a causa de su impopularidad, se vio forzado a
dimitir, siendo sustituido por el moderado Henry Addington. Napoleón
Bonaparte, ya primer Cónsul, se dirigió al Gobierno inglés en actitud
pacifica; el 1 de octubre de 1801 se alcanzaron en Londres los acuerdos
preliminares y la Paz se firmó en la casa consistorial de la ciudad francesa
de Amiens, el 27 de marzo de 1802.
Por esta Paz, Francia e Inglaterra abandonaban Egipto, que debía ser
devuelto a Turquía; Inglaterra restituía a Francia y a Holanda los
territorios e islas conquistados, pero conservaría Ceilán y la India; se
comprometía a devolver la isla de Malta a la Orden de San Juan de Jerusalén
y, curiosamente, después de casi cuatro siglos de continuado uso, los reyes
del Reino Unido de la Gran Bretaña, aceptaron dejar de autotitularse también
Reyes de Francia.
Por su parte, Francia se retiraba de Italia y prometía frenar su política
expansionista. Con respecto a España, Napoleón consintió que Inglaterra
conservara la isla española de Trinidad, ocupada en 1797 por la flota del
almirante Harvey, pero, definitivamente, recuperaba Menorca y se aceptó la
agregación de Olivenza -que había formado parte de Portugal hasta la Guerra
de las Naranjas- al territorio español.
Por parte de España, dicha paz la firmó José Nicolás de Azara; por Francia,
José Bonaparte -hermano de Napoleón-; por el Reino Unido, lord Cornwallis; y
por Holanda, el señor Schimmelpennick.
"Los plenipotenciarios creyeron que con este tratado había desaparecido la
enemistad entre Francia e Inglaterra, y se abrazaron emocionados en medio de
los aplausos de cuantos presenciaban el acto", anotó un testigo presencial.
Pero aquella paz a nadie convenció, apenas constituyó una tregua y tan solo
un año mas tarde, al rechazar Inglaterra la devolución de la isla de Malta a
los Caballeros de San Juan, la guerra se reanudó y Francia se tuvo que
enfrentar a la Cuarta Coalición, formada por Rusia, Austria, Suecia e
Inglaterra. La breve ocupación francesa de Menorca, de algo más de siete
años, dejó en la isla una nueva ciudad, San Luis, y una aceptable red
viaria. Pero los 71 años de posesión inglesa han dejado una huella más honda
y perceptible. Los ingleses, por captarse la simpatía de los menorquines,
adoptaron una política de tolerancia y respeto a las instituciones y
costumbres locales. Y buena prueba de que lo consiguieron es el dato de que,
cuando en 1778 se reanudaron las hostilidades con Francia, el gobernador
ingles James Mostyn concedió la patente de corso a más de 50 naves
menorquinas que atacaron los puertos y costas de la Península y de Francia.
Diversas obras públicas fueron debidas a los ingleses, quienes fundaron y
levantaron la ciudad de Georgetown -hoy Villacarlos-, y todavía podemos
contemplar, en las cercanías de Mahón, el monumento erigido a la memoria del
gobernador Sir Richard Kane, "uno de los mejores administradores británicos
que tuvo la isla menorquina".
Con el clero los ingleses tuvieron algunos problemas, que en general
obedecían a que los curas menorquines se vieron forzados a tolerar contra su
voluntad los cultos de las minorías protestante, griega y judía,
establecidas en Menorca durante los años de ocupación inglesa. También en la
arquitectura, mobiliario e, incluso, en las bebidas, hoy día, se percibe la
influencia inglesa en Menorca. Varios de sus antiguos edificios reflejan el
llamado estilo georgian o georgiano del siglo XVIII inglés, y la misma
tendencia se percibe en muchos otros rasgos de la estética y las costumbres
de la isla.
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